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De la invisibilización a la intolerancia, la crítica a la heterosexualidad obligatoria

Aug 25, 2022 | por Camila RP

La heterosexualidad se ha posicionado como innata a las mujeres y a los hombres, al punto en que ha dejado de ser una preferencia para convertirse en un mandato. Varios factores han contribuido a su obligatoriedad, entre ellos la condición de desventaja en la que históricamente han vivido las mujeres, específicamente por la socialización y la normalización de relaciones binarias, que han determinado que todo lo que es propio para el hombre (inteligente, dominante, racional) no lo es para la mujer (emocional, débil, irracional). Este pensamiento ha conllevado a presiones que han canalizado a las mujeres al matrimonio heterosexual, no sólo por percibirlo como una forma de protección y de tener presencia en la esfera pública, sino también por el miedo al rechazo, a la condena social o al castigo institucional que viene aparejado del desafío de ejercer otra sexualidad.[1] A su vez, el silencio que la sociedad patriarcal ha impuesto a las mujeres que les impide comunicar sus experiencias, además de difuminar su propia existencia dentro de la historia y de la cultura, ha provocado la idealización del matrimonio heterosexual que enmascara la posible coacción que lleva implícita.

Desde el pensamiento clásico aristotélico, la mujer ha sido definida como inferior e incompleta en comparación con el hombre, reduciéndola a un objeto sexual por su capacidad reproductiva. Así, la razón biológica ha asignado tanto a hombres como a mujeres ciertos papeles que corresponden a sus posibilidades de acuerdo con el sexo de sus cuerpos.[2] Consecuentemente, el acto sexual de las mujeres ha estado ligado exclusivamente a la reproducción y, por el contrario, el placer del hombre se volvió la guía durante la práctica sexual. Acorde con Adrienne Rich el origen de la heterosexualidad como institución obligatoria va más allá de la desigualdad de género, ya que es un “medio de garantizar el derecho masculino de acceso físico, económico y emocional”[3] sobre las mujeres. Por lo que, el imponer esta sexualidad como obligatoria tiene un fin político y de poder que beneficia particularmente a los hombres. La heterosexualidad como mandato hace que las mujeres no relacionen la causa de su opresión al lugar que socialmente se le ha asignado para promover la dominación patriarcal, sino en ellas mismas, en su inferioridad y en su deber de sumisión.

Al tomar en cuenta lo anterior, la pregunta de investigación de este ensayo es: ¿cómo la heterosexualidad obligatoria ha limitado el ejercicio de la sexualidad de las mujeres? La hipótesis que defiendo es que la prohibición de prácticas sexuales que no se fundamentan en la imagen de una sexualidad femenina “degradada” o servil sobre la que está basada la heterosexualidad como mandato ha conllevado a la limitación de la autonomía sexual de las mujeres. Para responder, me enfocaré en las corrientes del feminismo radical, específicamente en la vertiente del separatismo lésbico, y el feminismo queer. En el caso de la primera corriente, por la necesidad de reconocimiento de la existencia lesbiana y por la crítica al análisis heterocentrado que ha prevalecido al discutir la sexualidad. En el caso del pensamiento queer, por la condena que hace a la jerarquización de los géneros y a la vida guiada por los binarios opuestos, que ha permitido la opresión femenina y ha condenado a las mujeres al amor heterosexual sin permitirles si quiera explorar su sexualidad. Además, es importante mencionar que el presente ensayo estará enfocado en el surgimiento de ambas corrientes, específicamente en los Estados Unidos de América (EE. UU).

Para lograr mi objetivo, es necesario establecer una definición de heterosexualidad obligatoria que me permita explorar su problemática. Por lo tanto, me referiré a ella como una institución política y socialmente privilegiada debido a que se asume que es la preferencia sexual tanto de hombres como de mujeres. Sin embargo, afecta principalmente a estas últimas al otorgarles el rol de sumisas por tener que estar al servicio sexual del hombre y a ellos el papel de dominantes. La heterosexualidad no parece necesitar justificación al ser acorde con la concepción patriarcal de la mujer y fomenta una relación coactiva, similar a la del amo y el esclavo. En esta institución política, la manera en la que son capaces de existir las mujeres es a través de su “complementariedad” con el hombre; mejor dicho, por su obediencia, su sumisión y su capacidad de darle placer. En otros términos, las mujeres existen sólo en relación con el hombre, no como seres independientes.

El reconocimiento de la existencia lesbiana: reeducación por y para las mujeres

La corriente lesbofeminista surge a finales de los años sesenta y principios de los setenta como un movimiento social inspirado tanto por el movimiento homosexual como por el feminista. Sin embargo, esta nueva configuración de lucha pronto nota que el movimiento homosexual tiene tintes machistas y patriarcales al ser liderado principalmente por hombres, al punto que las demandas de las mujeres lesbianas fueron dejadas de lado para visibilizar la existencia y las necesidades únicamente de los hombres homosexuales. Por su parte, hasta antes de los sesenta, el movimiento feminista no tenía entre sus principales objetivos el reconocimiento del lesbianismo.[4] Así, tuvo que crearse una nueva forma de ejercer la lucha política, en la que fue primordial el reconocimiento de la existencia lesbiana y que se caracterizó por tener una perspectiva materialista; es decir, un enfoque en la clase o la posición sexual que ocupan las mujeres dentro de la sociedad. Monique Wittig, fue una de las primeras activistas feministas y filósofas en recalcar que el feminismo, además de criticar el pensamiento heterocentrado, tenía que enfocarse en la existencia lésbica. Wittig tuvo una gran influencia dentro del lesbofeminismo, tanto en Francia como en EE.UU, debido a que puso el énfasis en el amor que las mujeres eran capaces de sentir por la otra, así como en la idea de que el lesbianismo puede ser una elección y, a su vez, un símbolo de resistencia.

En su texto El pensamiento heterosexual y otros ensayos, Wittig defiende que el discurso de la heterosexualidad oprime a las mujeres debido a que les niega su capacidad de vivir, de hablar y de definirse más allá de sus términos, por lo que no les permite identificarse con otras formas de sexualidad y mucho menos ejercerlas. Bajo esta argumentación, la sociedad está en sí misma diseñada para configurar un discurso que encajona a las mujeres en la identidad heterosexual y que, en principio, hace imposible que cuestionen su pertenencia a dicha institución.[5] Las mujeres que deciden no ejercer su sexualidad a través del hombre o no la practican para asumir su supuesto destino biológico de reproducción son aisladas, cuestionadas y sancionadas. La existencia independiente al hombre ha hecho que las mujeres sean etiquetadas como brujas, femme fatale[6] o solteronas. El castigo es aún más grave que la etiqueta: ser condenadas a la hoguera, sufrir de linchamientos públicos o la cárcel.[7]Así, instituciones como la heterosexual han sido centrales para el mantenimiento de la supremacía masculina.

En relación con lo anterior, las lesbofeministas argumentan que la concepción esencialista de “mujer” ha permitido la limitación a su sexualidad, que se le humille en el acto sexual y que esté al servicio de un supuesto derecho sexual masculino. El constructo social de “mujer” es contra su propia naturaleza, debido a que está relacionado con la opresión y con la destrucción de su individualidad.[8] La institución de la heterosexualidad obligatoria, al definirlas con base en todo aquello que no es el hombre, hace que existan únicamente a través de él. A pesar de esto, las lesbofeministas tampoco se identifican con la noción de “hombre” debido a que no buscan poseer a la otra, ni tener una configuración durante el ejercicio de su sexualidad similar a la del amo y el esclavo.[9] Ellas proponen la desaparición de los conceptos “mujer” y “hombre” como clase y como categoría política.[10] En otras palabras, al no existir opresor, tampoco existe el sirviente, por lo que las mujeres podrían construir su identidad al tomarse a ellas mismas como punto de partida.

Asimismo, las lesbianas han puesto en evidencia la contradicción de la heterosexualidad obligatoria. Por un lado, esta institución política condena a las mujeres a ejercer su sexualidad en relación con su capacidad gestante y, en consecuencia, a ser también las cuidadoras primarias de sus hijas e hijos. Por lo que no es de extrañar que ellas sean el primer contacto que ambos sexos tienen con el amor, el afecto y la ternura. Por otro lado, esta institución también afirma que, de manera natural e innata, las mujeres buscan el cariño de los hombres y necesitan de su protección. Sin embargo, la heterosexualidad no explica la razón por la que ellas deciden voluntariamente no proporcionar su devoción afectiva y su potencial erótico a quienes identifican como fuente principal de cariño (es decir, a otras mujeres), sino a los hombres. En consecuencia, esta corriente asegura que es la supuesta necesidad de la supervivencia de la especie y la capacidad de reproducción de las mujeres lo que hace que los hombres tengan que imponer la sexualidad masculina y practicar actos sexuales denigrantes y agresivos que garanticen la sumisión y la lealtad de las mujeres hacia ellos.[11]

Acorde con esta corriente radical, el reconocimiento de la existencia lesbiana permite que las mujeres sean capaces de combatir el dominio masculino sobre sus cuerpos. Sin embargo, los hombres han intentado apropiarse de la palabra “lesbiana” y equipararla con las mujeres que pretenden ser como ellos, para identificar a aquellas que sobrepasan el límite de la feminidad y desafía su papel de servilismo sexual. A pesar de dicho intento, en 1970 el manifiesto de las Radicalesbians fue distribuido en la protesta “Lavander Menance” que fue consecuencia de la exclusión de las lesbianas y de sus principales preocupaciones del movimiento feminista. La misma tuvo lugar en el “Second Congress to Unite Women” en Nueva York. En este documento, el feminismo lésbico buscó redefinir la imagen colectiva que los hombres pretendieron hacer del término y reconocen que las lesbianas son aquellas mujeres que no son capaces de identificarse con el papel de sumisión ni con las limitaciones a su sexualidad.[12] Luchan contra la deshumanización de las mujeres, contra la pérdida de su autonomía y contra el desprecio de los hombres hacia ellas, demostrado por prácticas sexuales marcadas por la humillación y la violencia. Es decir, luchan contra la imposición heterosexual que condena a la mujer a una relación de subordinación con su opresor.

En este sentido, la propuesta lesbofeminista es aceptar, en primer lugar, que la existencia de la mujer no tiene relación alguna con el ser sexualmente utilizada por el hombre. Este movimiento concluye que las mujeres no existen en tanto que existen los hombres y que es inadmisible el ejercicio de una sexualidad que está basada en la coerción y el sometimiento de las mujeres en beneficio del placer masculino.[13] Por lo tanto, son ellas quienes deben re-educarse e identificar a sus hermanas como fuentes de lazos reales de amor, de solidaridad y de apoyo.[14] Si la clase de “mujer” es política y socialmente construida, entonces es posible alejarse de dicha imposición para encontrar entre ellas vínculos de afecto, incluso de apego erótico, entre sí mismas. Para las lesbofeminsitas, esto permitiría que las mujeres sean el sujeto de sus propias relaciones. En conclusión, las lesbofeminsitas buscan liberarse de los patrones sociales que han sido definidos en beneficio de los hombres y comenzar a cuestionarse la forma en la que ellas quieren vivir, practicar su sexualidad y crear sus relaciones familiares.[15] Redefinir lo que es ser lesbiana, además de ser un acto de resistencia política, es un acto de construcción de un nuevo sentido del “yo” como mujeres. Acorde con este movimiento, la revolución en contra de la heterosexualidad obligatoria es lo único que garantizará la primacía y la autonomía de las mujeres.

La diversidad de la sexualidad: más allá de la imposición

La heterosexualidad obligatoria también ha sido analizada bajo la perspectiva queer. Esta corriente surge en respuesta a la marginación presente en instituciones como la heterosexual que designan una manera única y definitiva en la que se puede ejercer la sexualidad, así como el papel que debe jugarse en la familia o en el matrimonio. Por ejemplo, este movimiento aboga por la defensa de las personas que deciden actuar de manera discordante a los estereotipos de género. Normalmente las mujeres son las más afectadas debido a que sus derechos son restringidos (como los sexuales y reproductivos) al delimitar la forma “correcta” en que deben ejercerlos. Así, en los noventa, el pensamiento queer surge en EE. UU del combate a la intolerancia de la diversidad sexual y pretende dar voz a todas aquellas prácticas que han sido discriminadas o tergiversadas por el sistema socialmente dominante: el heterosexual.[16]

Para comenzar, Rich desde 1980 dio pie a que otras intelectuales feministas continuaran analizando las diversas aristas de la heterosexualidad. Posteriormente, Wittig propone desprenderse del término mujer, entendido desde el esencialismo reproductor, para acercarse a la categoría de lesbiana. El reconocimiento de la existencia lésbica no es menor, ya que pone en evidencia las diversas formas de ejercer la sexualidad. Posteriormente, la antropóloga y activista Gayle Rubin muestra interés por la importancia de la liberación sexual, desde una perspectiva más amplia que la lésbica, que permita y legitime todas las formas de práctica sexual.

En 1984, en su ensayo “Reflexionando sobre el sexo: notas para una teoría radical de la sexualidad,” Rubin establece que la sexualidad, principalmente en las sociedades occidentales, ha sido diseñada de forma punitivita ya que considera al sexo como peligroso. La forma menos recriminable de ejercicio sexual es con fines reproductivos, de manera monógama y dentro del matrimonio; de lo contrario, el acto sexual se plantea como atroz, prohibido e indeseable.[17] Por lo tanto, la heterosexualidad obligatoria ha implementado un sistema de valores sexuales que, además de invisibilizar la existencia de ciertas sexualidades, ha sido intolerante hacia otras prácticas sexuales. Acorde con Rubin, esta forma de pensamiento ha trazado una línea entre lo que es el sexo “bueno” y el sexo “malo,” y ha provocado que se castigue al homosexual, la pornografía, la sodomía y las relaciones intergeneracionales por sobrepasar el límite de lo normal para cruzar a la frontera de lo precoz y de lo dañino.[18]

Es posible entonces plantear que el miedo a la diversidad erótica proviene de instituciones intolerantes como la heterosexual. Además de jerarquizar, esta institución restringe la posibilidad de entender, como sociedad, que lo que puede resultar repulsivo para alguien no lo será para otra persona; que la práctica sexual en la que una mujer encuentra asco, otra puede sentir placer.[19] En consecuencia, el pensamiento queer, a diferencia de la corriente del feminismo lésbico, tiene un enfoque antimaterialista que parte del análisis a las limitaciones en el actuar del individuo dentro de la sociedad. No busca desmitificar a la mujer como categoría política, sino entender la práctica sexual como una preferencia individual y no como obligación. El problema de la heterosexualidad como mandato es que universaliza una forma de experiencia sexual, sin importarle la preferencia sexual o si quienes participan en el acto tienen un vínculo afectivo- erótico de consideración mutua y sin coerción alguna.[20]

Una de las principales propuestas del pensamiento queer parte del entendimiento de Judith Butler sobre la sexualidad y su vínculo con los géneros. Butler, en su libro El género en disputa: el feminismo y la subversión de la identidad, plantea la necesidad de la deconstrucción del género y de su entendimiento en relación con el binomio femenino/masculino, ya que contribuye al proceso de condicionamiento de la práctica sexual de la mujer. En este sentido, Butler pone en tela de juicio a la heteronormatividad obligatoria, en donde el género se vuelve una puesta en escena en la que se debe repetir el comportamiento, el lenguaje y los rituales que la sociedad ha determinado como propios del hombre y de la mujer.[21]Consecuentemente, esta autora defiende que el género es discontinuo e inestable por lo que no es posible establecer una forma intrínseca del actuar femenino o masculino. Por el contrario, Butler establece que la repetición estilizada de actos es lo que determina cómo un género debe de comportarse. Así, los roles que la mujer debe asumir en el ejercicio de la práctica heterosexual (sumisa y servil) y el papel opresor del hombre no es natural, sino que es una representación teatral impuesta por la sociedad.[22]

La propuesta de teoría queer sobre la aceptación y visibilización de la diversidad en el actuar de los géneros es una ruptura con lo propuesto por la heterosexualidad obligatoria. Bajo la óptica queer, la heterosexualidad es una repetición coactiva e impuesta, que se basa en los sujetos aparentemente complementarios de “hombre” y “mujer,” que son la representación de lo normal. Una actuación discordante a la heterosexual no pasa desapercibida. Por el contrario, una serie de instituciones se activan para corregir tal digresión: rechazo social, sanción jurídica y/o violencia.[23] Además, la teoría queer también propone la reapropiación de este término. En vez de identificarlo con la degradación del sujeto, la anormalidad de la sexualidad elegida o de ser utilizada de forma peyorativa, ahora lo queer es relacionado con la crítica a las formas impuestas de práctica sexual y como orgullo de quienes se atreven a ejercer una sexualidad distinta.[24]

Finalmente, en el esfuerzo por el alejamiento de la repetición de conductas obligatorias que vayan acorde con la heterosexualidad, este movimiento busca romper con los ideales de feminidad y masculinidad y también está en contra de cualquier tipo de clasificación sexual (sobre todo si es un esquema de clasificación positivo/negativo).[25] Al desestabilizar el sistema heterosexual, el género no tiene que corresponder al sexo, ni la sexualidad debe ser codependiente a dicha alineación. La propuesta de la eliminación del binomio de lo femenino/masculino se ejecuta desde lo individual, con la finalidad que cada uno sea libre de decidir quién quiere ser, sin un sistema imperativo y represivo que sirva como pauta de repetición. La heterosexualidad debe dejar de ser una obligación para convertirse en una preferencia, en la que las personas que quieran ejercerla puedan hacerlo libremente, pero sin imponer esta inclinación sexual a los demás.[26] Acorde con la corriente queer, únicamente a través de la tolerancia hacia las diversas sexualidades es que el ejercicio de la sexualidad de las mujeres será verdaderamente libre.

La importancia del diálogo entre las corrientes feministas: puntos de encuentro y de emancipación

Probablemente, el punto de encuentro más evidente entre las corrientes lesbofeminsita y queer es que ambas afirman que de no existir una sociedad en la que se oprima a las mujeres o que esté guiada bajo binarios opuestos, entonces las mujeres y los hombres como clase no existirían o, en el caso del pensamiento queer, las etiquetas como heterosexual y homosexual no serían posibles. Esta necesidad de categorizar a los individuos no permite la creación de una identidad propia y les niega a las mujeres la oportunidad de elegir la práctica sexual con la que ellas se sientan más cómodas. Además, ambas corrientes han utilizado la estrategia de reapropiarse de términos que eran usados como insulto para convertirlos en un símbolo de liberación y de lucha por una sexualidad libre.

Sin embargo, las propuestas realizadas por ambas corrientes también han recibido críticas entre ellas. En el caso de las lesbofeministas, el hecho de proponer que la sexualidad puede ser re-aprendida para crear lazos sexo-afectivos exclusivos entre mujeres podría caer en la problemática de invalidar ciertas formas de sexualidad femenina; por ejemplo, las mujeres que prefieren ejercer su potencial erótico con un hombre o, incluso, aquellas que encuentran placer en practicas sexuales en las que su rol es de sumisión y de obediencia. En este sentido, la propuesta del feminismo lésbico llegaría a ser intolerante si condena ciertas formas de ejercer la sexualidad, a pesar de ser elegidas por las mujeres, únicamente por el hecho de estar guiadas por la heterosexualidad. Pensadoras como Rubin han establecido que “es igualmente objetable insistir en que todo el mundo deba ser lesbiana, no monógamo, como creer que todo el mundo deba ser heterosexual.”[27]Pese a que Rubin reconoce que la heterosexualidad está sostenida por cierto grado de poder coactivo, argumenta que el hecho de asegurar que todas deberían ser lesbianas es de nueva cuenta proponer la supremacía de alguna preferencia sexual. En otras palabras, la tendencia lesbofeminista podría adolecer del mismo mal contra el que lucha: imponer una sexualidad como obligatoria.

Por otra parte, en el caso del pensamiento queer, la propuesta de aceptar toda forma de práctica sexual tiene el riesgo de desdibujar la línea entre la violencia y el consentimiento en el ámbito sexual. Es por esto por lo que Katherine Mackinnon, abogada y activista feminista, se pregunta si en condiciones de supremacía masculina es posible consentir un acto sexual que esté marcado por una relación jerárquica de poder.[28]Por ejemplo, el sadomasoquismo. Asimismo, Marilyn Frye, teórica feminista radical, argumenta que el hecho de que las mujeres elijan practicar cierto acto sexual, debido a que en ese momento fue lo que le causaría menos problemas o menor daño, no quiere decir que en realidad haya dado su consentimiento.[29]Es cierto que la voluntad del agente coaccionado está presente (es decir, la voluntad de la mujer), pero únicamente por la manipulación de las circunstancias y de las opciones a elegir.[30]Por lo que, la defensa de la teoría queer por la liberación de todas las formas de sexualidad también podría tener resultados riesgosos al defender formas coercitivas de expresión de la sexualidad que están siendo socializadas y que afectan de manera particular a las mujeres, como la pornografía y la sodomía.

A manera de conclusión, la heterosexualidad, entendida como mandato, es socialmente construida como institución y fuerza política.[31]Es capaz de jerarquizar a los hombres y a las mujeres al priorizar el derecho sexual masculino sobre la mujer. Esta forma de poder sobre las mujeres ha otorgado a los hombres la capacidad de negarles otras formas de sexualidad o de imponer la heterosexualidad sobre ellas.[32]Lo anterior, además de reforzar la concepción del cuerpo femenino como objeto, justifica y normaliza el “impulso sexual masculino como necesidad.”[33]Quizás, lo más grave de esta institución, es que el centro de placer y de goce está en el hombre y fomenta que las mujeres sean privadas de su autonomía, de su capacidad de elección y de su potencial sexual.[34]Sin embargo, desde el feminismo han surgido diversas propuestas para contrarrestar los efectos de la heterosexualidad obligatoria, y pese algunas de sus contradicciones, a mi parecer, es necesario que ambas corrientes aprendan de las críticas que se han hecho entre ellas.

El reconocer que existen formas de ejercer la sexualidad que conllevan al reforzamiento de estructuras patriarcales de poder, de objetivación y de cosificación del cuerpo de la mujer (como la pornografía y la prostitución) no es sinónimo de limitar la sexualidad femenina. Por el contrario, dicho reconocimiento es necesario para entender y admitir la situación de desventaja y de vulnerabilidad en la que se encuentran las mujeres, en el caso específico de la sexualidad, admitir su rol de sumisión y su falta de libertad de decisión. Consecuentemente, las posturas de la teoría queer y del feminismo lésbico-radical pueden alinearse para que surja una solución que además de abogar por la liberación de la sexualidad de la mujer, tome en consideración la sumisión de las mujeres hacia el hombre. En este sentido, la teoría queer podría ser la solución siempre y cuando adopte la crítica que hace el feminismo radical de que el acto sexual ha estado enfocado principalmente al placer del hombre, a tal punto que fomenta prácticas coercitivas que no necesariamente han sido consentidas por las mujeres. De no encontrar un diálogo transversal entre ambas teorías, estas podrían defender argumentos que limiten sexualmente a las mujeres.

Mientras no exista una sociedad en la que las mujeres puedan ejercer su sexualidad sin que haya reprimendas sociales e institucionales y en la que dejen de encontrar protección o aceptación social sólo a través de la heterosexualidad, entonces la propuesta queer puede implicar el apoyo a actos sexuales que, en lugar de significar la liberación de la mujer, contribuyan a su esclavismo sexual. Aun así, una de las contribuciones más importantes de esta corriente es la visibilidad y el reconocimiento que le ha dado a las diversas formas de práctica sexual que, en vez de condenarlas, las ha tratado como fuente de orgullo. En el caso del feminismo lésbico, destacó la importancia de crear espacios de ayuda, de sostén y de refugio entre ellas mismas, con miras a dejar de ser un complemento de los hombres para comenzar a ser ellas mismas y a existir en tanto que mujeres. “En un mundo hostil en el que se supone que las mujeres no han de sobrevivir mas que en relación con y al servicio de hombres, sencillamente fueron borradas comunidades enteras de mujeres. La historia tiende a enterrar lo que pretende rechazar.”[35]

Referencias

Aristóteles. “Libro II.” En Reproducción de los animales. Madrid: Editorial Gredos, S.A, 1994.

Cook, Blanche W. “Women Alone stir my imagination: Lesbianism and the cultural tradition.” Sings: Journal of Women in Culture and Society, 4 (1979): 718-739.

De Beauvoir, Simone. El Segundo sexo. Buenos Aires, Siglo XX: 1989.

Duque, Carlos. “Judith Butler y la teoría de la performatividad de género.” Colegio Hispanoamericano, Dialnet (Noviembre 2010): 85-95.

Fonseca Hernández, Carlos y María Luisa Quintero Soto. “La teoría queer: la deconstrucción de las sexualidades periféricas.” Sociológica México 24, no. 69 (2009): 43-60.

Frye, Marilyn. The Politics of Reality: Essays in Feminist Theory. Trumansburg, N.Y: Crossing Press, 1983, 41-83.

Garzón, María Teresa. “¿A qué juega barbie? Heterosexualidad obligatoria y agencia cultural.” Calle 14: revista de investigación en el campo del arte 5, no. 6 (2011): 1-10. https://www.redalyc.org/articulo.oa?id=279021744004.

Radicalesbians. “The Women Identified Woman.” 1970. http://lzigelyte.digitalscholar.rochester.edu/queertheory/wpcontent/uploads/2018/02/Woman-Identified-Woman.pdf

Rich, Adrienne. “Compulsory Heterosexuality and Lesbian Existence.” En Feminism, editado por Susan Moller Okin and Jane J. Mansbridge, vol. 2, 13-65. Cambridge: E. Elgar, 1994.

Rubin, Gayle S. “Reflexionando sobre el sexo: notas para una teoría radical de la sexualidad”. En Placer y peligro. Explorando la sexualidad feminina, editado por Vance, Carole S., 11-390. Madrid: Editorial Revolución, 1989. http://www.museoetnografico.com/pdf/puntodefuga/150121gaylerubin.pdf.

Wittig, Monique. El pensamiento heterosexual y otros ensayos. Traducido por Javier Sáez y Paco Vidarte. Madrid: Editorial Egales, S.L: 2006.

Notas


[1] Adrienne Rich, “Compulsory Heterosexuality and Lesbian Existence,” en Feminism, ed. Susan Moller Okin y Jane J. Mansbridge, (Cambridge: E. Elgar, 1994), 24.

[2] Aristóteles, “Libro II” en Reproducción de los animales, (Madrid: Editorial Gredos, S.A, 1994): 149.

[3] Rich, “Compulsory Heterosexuality,” 38.

[4] María Teresa Garzón, “¿A qué juega barbie? Heterosexualidad obligatoria y agencia cultural,” Calle 14: revista de investigación en el campo del arte 5, no. 6 (2011): 5, https://www.redalyc.org/articulo.oa?id=279021744004.

[5] Monique Wittig, El pensamiento heterosexual y otros ensayos, trad. Javier Sáez y Paco Vidarte (Madrid: Editorial Egales, S.L: 2006), 49.

[6] Aquella que usa su sexualidad para desvirtuar al hombre, atraerlo al pecado.

[7] Rich, “Compulsory Heterosexuality,” 22.

[8] Wittig, El pensamiento heterosexual, 34.

[9] Wittig, El pensamiento heterosexual, 35.

[10] Wittig, El pensamiento heterosexual, 37.

[11] Rich, “Compulsory Heterosexuality,” 25.

[12] Radicalesbians, “The Woman Identified Women,” 1970, 1.

[13] Wittig, El pensamiento heterosexual, 12.

[14] Radicalesbians, “The Woman Identified Women,” 2.

[15] Radicalesbians, “The Woman Identified Women,” 3.

[16] Carlos Fonseca Hernández, María Luisa Quintero Soto, “La teoría queer: la de-construcción de las sexualidades periféricas,” Sociológica México 24, no. 69 (2009): 44.

[17] Gayle S. Rubin, “Reflexionando sobre el sexo: notas para una teoría radical de la sexualidad,” En Placer y peligro. Explorando la sexualidad feminina, ed. Carole S. Vance (Madrid: Editorial Revolución, 1989), 17, http://www.museo- etnografico.com/pdf/puntodefuga/150121gaylerubin.pdf.

[18] Rubin, “Reflexionando sobre el sexo,” 21.

[19] Rubin, “Reflexionando sobre el sexo,” 23.

[20] Rubin, “Reflexionando sobre el sexo,” 23.

[21] Carlos Duque, “Judith Butler y la teoría de la performatividad de género,” Colegio Hispanoamericano, Dialnet (Noviembre 2010): 87.

[22] Fonseca, Quintero, “La teoría queer,” 45.

[23] Fonseca, Quintero, “La teoría queer,” 49.

[24] Fonseca, Quintero, “La teoría queer,” 45.

[25] Fonseca, Quintero, “La teoría queer,” 56.

[26] Fonseca, Quintero, “La teoría queer,” 57.

[27] Rubin, “Reflexionando sobre el sexo,” 23.

[28] Rich, “Compulsory Heterosexuality,” 31.

[29] Marilyn, Frye. The Politics of Reality: Essays in Feminist Theory, (Trumansburg, N.Y: Crossing Press, 1983), 55.

[30] Frye, The politics of Reality, 56-57.

[31] Garzón, “¿A qué juega barbie?,” 6.

[32] Rich, “Compulsory Heterosexuality,” 26.

[33] Rich, “Compulsory Heterosexuality,” 26-27.

[34] Rich, “Compulsory Heterosexuality,” 30.

[35] Blanche W. Cook, “Women Alone stir my imagination: Lesbianism and the cultural tradition,” Sings: Journal of Women in Culture and Society, 4 (1979): 719-720.

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