La historia futura
Jul 27, 2022 | por Ariadna Reyes
“Yo no puedo leer si no tengo un lápiz en la mano,” explicaba una compañera de clase. Era unos cuantos años mayor que yo, pero le gustaba entrar a las clases de primer ingreso como oyente. Y no exageraba con su sentencia. Cada vez que la veía, estaba escribiendo en los márgenes de las hojas. ¿Qué escribía? ¿datos históricos, sus frases favoritas, nombres de personajes?
En ese entonces, las únicas “marcas” que yo dejaba en mis libros eran subrayados a lápiz de palabras desconocidas ¿Cómo se suponía que eso dejaría un camino trazado para futuras lecturas? ¿No sería blanco de críticas por los fetichistas del papel y su materialidad?
Lo que más me sorprendió fue saber que pese a las quejas y críticas, “marcar los libros” es una práctica antigua conocida como “marginalia”. De acuerdo con el sitio web de la Universidad Complutense de Madrid, “Se trata de un repertorio diverso de elementos escritos y, principalmente, icónicos, que se sitúan en los bordes de las páginas de los libros occidentales, especialmente durante la Baja Edad Media, encuadrando el texto” [1]. Estos recursos plasmados en las esquinas de las hojas funcionaban para embellecerlas, hacer arte con esos espacios en apariencia inhóspitos dentro de las páginas.
Ahora, un caso más cercano al de lectores actuales es el del poeta Samuel Taylor Coleridge. Hizo semejante cantidad de anotaciones a lo largo de sus libros que se publicaron cinco volúmenes que compilaban todas sus notas al margen. En estas antologías se leen comentarios sobre sus lecturas, opiniones, crítica literaria y, en general, un mapa de sus ideas y pensamientos.
Aquello me aclaró un poco el por qué hacer notas, sin embargo, lo que terminó por convencerme fue mi primera lectura de Los ingrávidos, de Valeria Luiselli. En esa novela, la protagonista, de espíritu obsesivo, se empeña en recopilar información sobre la estancia en Nueva York del poeta Gilberto Owen. El personaje lleva esta investigación de forma caótica, registrando todo en pequeñas notas adhesivas colgadas en las ramas de un árbol: “[l]a idea era que cuando el árbol estuviera atiborrado de notas, se empezarían a caer por su propio peso. Yo las recogería en el orden que fueran cayendo y en ese mismo orden escribiría la vida de Owen” [2].
Me pareció, quizás porque los leí a ambos en la misma época, que la narradora en Los ingrávidos y Samuel Taylor Coleridge estaban llevando a cabo el mismo ejercicio, muy a la Hansel & Gretel: dejar plasmado un camino de huellas, volverlo a recorrer y encontrar algún viejo tesoro que en la primera vuelta pasó desapercibido.
Sin miedo a refugiarme en la cursilería, diría que esa observación fue la semilla de un cambio en mi forma de experimentar la literatura. Vivirla desde lo fragmentario y desordenado de las ideas, plasmándolas a los márgenes, en servilletas, en post-its, pero atreviéndome a tomar mi lugar como colaboradora y lectora activa.
De ahí que, sin importar de qué forma se realice, estoy convencida de que escribir mientras se lee puede ser un ejercicio riquísimo. Como bien explicaba Quevedo, leer es conversar con los muertos. Un diálogo, una forma de comunicarnos con nosotros mismos a través de las historias [3].
En mi caso, fue a mis 19 años cuando encontré la forma de leer que me acompaña hasta el día de hoy: dejar un rastro de presuntas. Sin asegurar nada, hacer ningún postulado ni sacarme una respuesta brillantísima, tampoco llevar un orden minucioso, registro incansable o código de colores.
Me gusta pensar en mis libros y lecturas (sí, también las digitales) como un diario repartido en varios pedazos. Como post-its pegados en las ramas de un árbol. Y fantaseo con que algún día voy a reunir todo, como un Frankenstein que se me va a revelar. Sin orden, sin principio ni final. Con piernas y brazos conectados al cuerpo de otro.
En fin, sin quererlo, ahora soy esa persona que no puede leer sin un lápiz en la mano. Aquella que hace diarios de lectura (y de vida) en todos lados y que, algún día, (o no) dará vida a su monstruo, a la historia futura que espera ser escrita.
Referencias
[1] Aurora, de Fuentes Casero. “Quid Est Liber: Proyecto De Innovación Para La Docencia En Libro Antiguo y Patrimonio Bibliográfico.” Universidad Complutense De Madrid, https://www.ucm.es/quidestliber/marginalia
[2] Luiselli, Valeria. Los Ingrávidos, Sexto Piso, México, 2012, p. 43.
[3] Quevedo, Francisco de. “Desde la torre” Veinte sonetos de Quevedo, Espuela de Plata, España, 2012.