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La justicia social de "Merlina"

Dec 14, 2022 | por Luis Javier Plata

Muchas décadas, y una que otra reencarnación, han tenido que pasar para que la niña/adolescente Merlina se empoderara y convirtiera en la estrella de su propia serie desde su primera aparición, escondida por los rincones de la revista The New Yorker en los años treinta, como parte de la familia gótica que, más que heredar, se apropiaría del apellido de su padre, el caricaturista Charles Addams. Una familia que, por gracia y desgracia de las continuas repeticiones televisivas, pasó a ser popularmente conocida en México como Los locos Addams, a pesar de que seguimos esperando el día en que algún psiquiatra valide y haga patente este diagnóstico en alguna revista científica.

No es fácil sobresalir teniendo un hermano explotador (de bombas y artilugios similares), una bruja como madre, y un padre y un tío torturadores, entre los miembros más conspicuos de esta “familia muy normal” (según la letra de la canción introductoria de la serie sesentera). En sus orígenes, Merlina-niña apenas había exhibido unos cuantos rasgos –su aspecto melancólico y sus gustos alejados de las convenciones de género del siglo pasado e, incluso, del actual– que apenas y permitían atisbar lo que las tres películas de los años noventa y, en alguna medida, las dos animaciones de años recientes, pondrían de manifiesto: una personalidad monstruosa que, al ser canalizado su espíritu en el cuerpo de Jenna Ortega por la invocación de Tim Burton para la serie epónima, ha ocasionado que incontables personas nos comparemos con ella y la admiremos hasta convencernos, y querer convencer a otros en redes sociales, de que “Sí soy” (“¿Sí? ¡Ajá!”).

Atrás quedaron muñecas decapitadas, muñecos vudú de su hermano Pericles/Pugsley y niñerías similares de sus alter egos monocromáticos y animados: es en los filmes noventeros y en la serie actual donde más brilla la sombría Merlina, y no sólo por cualidades que incluyen su independencia, alta autoestima, asertividad, indiferencia y la, de ser necesaria, completa renuencia a comportarse dentro de lo que dictaría una identidad social impuesta como estudiante, como niña o como mujer. 

No, lo que hace de Merlina una criatura aparte y de enorme atractivo para la sociología es su muy sui generis forma de exponer, sin pestañear siquiera, lo realmente abominable en quienes la rodean: la hipocresía, la agresividad disfrazada de cordialidad, la burla, el desprecio, la alienación y la explotación de los que han sido catalogados como raros, diferentes o inadecuados por todos aquellos que disfrutan de una posición privilegiada en la sociedad.  Quizás el momento más ilustrativo de esto sea la transgresión de la celebración del Día de Acción de Gracias, al darle voz a una Pocahontas en una ficción teatral dentro de la ficción cinematográfica –cual tragedia de Shakespeare– y hacerla decir, ante unos pasmados peregrinos: “He decidido cortarte el cuello cabelludo y quemar por completo tu aldea”. 

He aquí un botón de muestra de justicia social, en un parpadeo, al estilo de Merlina Addams.

Referencias

Howell, A. y Baker, L. 2022. Monstrous Possibilities: The Female Monster in 21st Century Screen Horror, Palgrave Macmillan.

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